¿Soy buen papá o buena mamá?
- Ana Cristina Zamora
- 24 oct 2023
- 3 Min. de lectura
Todos los que tenemos hijos nos llegamos a hacer esta pregunta. La primera respuesta idealmente es: soy imperfecto pero con buenas intenciones. La segunda respuesta ideal sería: amo profundamente a mi hijo y le doy seguridad así como protección. Lo complejo es entender cómo lograrlo.
El papel más importante de los padres es el acompañamiento amoroso del hijo o hija en su desarrollo con el fin de que se convierta en un adulto integrado y conectado con su mundo de una manera que le permita disfrutar de las satisfacciones de la vida con la suficiente resiliencia para afrontar las crisis y retos. Tomando en consideración ésto, habría que cuestionarse si en las decisiones que tomamos en el día a día estamos contribuyendo en la formación de ese adulto o estamos respondiendo de manera más automática a nuestros propios miedos, enojos o deseos. Es imposible que todo lo que hagamos sea con este propósito ulterior, sin embargo, podemos ir reflexionando poco a poco para ir modificando la manera en que nos relacionamos.
Podemos empezar pensando en nuestro estilo de parentalidad. Cada persona tiene en su personalidad tendencias hacia estilos de parentalidad.
Los papás y mamás que tienden a la rigidez, sienten la necesidad de no perder el control. Las reglas son muy importantes, existe un deseo predominante de que los hijos y que todos aquellos que interactúan con ellos se comporten de acuerdo a sus ideas y preferencias. Este estilo provoca en el hijo la necesidad de dependencia de los demás, así como la inmovilización de su desarrollo hacia la autonomía. Se les priva de la oportunidad de sentir el orgullo de resolver sus propios problemas y la posibilidad de equivocarse. En los casos extremos, cuando los hijos llegan a la adolescencia o edad adulta se pueden presentar cuadros de ansiedad o depresión por no haber desarrollado las habilidades socioemocionales para enfrentar los problemas de la vida.
Otro estilo de parentalidad puede tender hacia la desorganización o el caos cuando no existen suficientes reglas, orden y estructura que le puede dar seguridad al niño. Un ejemplo de ésto se observa cuando no se ponen límites en el uso de tablets o celulares adecuados a su edad. Esto puede provocar que el niño no duerma lo suficiente o esté expuesto a información que le provoca estados de ansiedad. La falta de límites a cualquier edad genera una sensación de inseguridad. Las reglas y rutinas que se cumplen, promueven la confianza en papás disponibles que generan espacios seguros.
Es muy importante mantener el flujo de los comportamientos, relaciones y emociones dentro de una estructura clara con reglas, pero con espacio suficiente que permita libertad de acción. Todos necesitamos tener un encuadre de normas, pero con suficiente flexibilidad que fomente el desarrollo de las habilidades de cada quien. Cada niño y adolescente necesita tener mucha claridad en los límites, pero siempre con un espacio de autonomía que le dé movilidad para el crecimiento personal y la posibilidad de equivocarse como parte del proceso de de su aprendizaje.
El amor hacia los hijos debe ser incondicional para que el vínculo sea fuerte y les permita construir un yo bien integrado. Cuando existen muestras de amor tanto en las buenas como las malas, la lectura del hijo es “soy una persona digna de ser amada en todo momento”. En cambio cuando se condiciona el amor a las expectativas de los padres, el mensaje que recibe es “sólo si hago lo que se espera de mí,

soy digno de su amor”. Esto último se podría transferir inconscientemente a comportamientos que buscan constantemente la aceptación y amor de los demás, así como una sensación de no ser suficientemente bueno. El amor hacia el hijo debe ser incondicional, sin embargo esto no quiere decir que le vamos a dar total libertad. Necesita reconocer que se le ama y que tiene la capacidad de aprender a modificar aquellos comportamientos que son inadecuados.
En la mente del padre o madre, el hijo necesita ser reconocido con todas sus cualidades y deficiencias. El niño necesita ser validado ante la mirada amorosa de sus papás. Podemos reconocer que las expectativas que se tienen del hijo son un elemento en la relación y al mismo tiempo aceptar que es posible que no se cumplan. Si se los permitimos, cada hijo o hija nos llevará a experimentar su muy particular camino de vida, con sus logros y fracasos.
No existe la perfección en las relaciones humanas, pero sí el gozo en el privilegio de acompañar a un niño en la travesía de su vida.
No dudes en contactarme si estás buscando asesoría en parentalidad: contacto@psych4.life
Comments